El escritor
Ayer conocí al escritor. Él bebía un café y, cuidadosamente, hojeaba un periódico. Imaginé que sería imprudente interrumpirlo, así que seguí revisando su último libro, El tesoro que nadie busca.
Lo estuve observando. Pensé que en alguno de los breves momentos cuando interrumpía su lectura y tomaba un sorbo de café, podrían encontrarse nuestras miradas. Dos veces pareció que concidíamos, pero ante sus ojos, era como si yo me hiciera transparente y su mirada buscara lo que había a mis espaldas. Cogí su libro, el periódico, mi cuaderno, los cigarros y lo abordé.
—Es un gusto conocerlo —le dije con aplomo. Él dirigió sus ojos hacia mí y extendió la mano.
—¿Y quién soy yo? —me preguntó.
—El escritor, ¿quién más? —Noté que sonrió ligeramente. Hizo un ademán para que me sentara.
—Y ahora que te decidiste a hablarme, ¿qué querés saber del escritor? —me preguntó exagerando su acento.
—Quiero saber qué va a escribir mañana —se quedó en silencio.
—Mañana no voy a escribir nada —dijo finalmente con gravedad. Tuve que decirle que no entendía.
—Es fácil —explicó con un tono de voz grueso—. En primer lugar, yo no escribo, sino contesto. ¡Sí!, lo que yo hago es responder a otros. Mi trabajo es eso: veo una película y me hace pensar. Leo un libro y quiero dar mi versión, explicar cómo interpreto las cosas, recorrer el mismo laberinto pero visitando pasillos distintos y entrando a puertas diferentes. No importa si logro salir o no; es más, a veces quisiera quedarme atrapado. Mi vida es así: aprovecho lo que los otros hacen y me divierto llevando a todos a creer que finalmente encontré una idea nueva o que estoy contando algo que flota en mi cabeza. En segundo lugar… —empezó para luego detenerse, reflexionar un poco y finalmente continuar, remarcando cada palabra—. Mirá, te lo voy a decir francamente: ya estoy extenuado de seguir con lo mismo. Es bueno que ya sepás la respuesta a ver si me dejás de fastidiar. Lo que te acabo de decir es pura retórica, es la respuesta que siempre te tengo lista. La verdad es que la vida es una repetición constante y por eso no hay futuro, como tampoco hay mañana... Los momentos vuelven eternamente y ayer y mañana estaremos otra vez vos y yo sentados aquí hablando de lo mismo, como si fuera nuevo, aunque en realidad lo que comentemos ya sea viejo e inútil y yo, al final, te diga lo mismo que te dije ayer y que te diré siempre. Mañana no escribiré nada, porque mañana es hoy y porque hoy es ayer, mañana y siempre. Vos no lo sabés ni lo entendés porque todo lo olvidamos, pero así es.
El escritor se levantó precipitadamente, como si hubiera recordado algo, como si un guión le dijera que tenía que marcharse. Apenas alcancé a escuchar sus últimas palabras. Se fue sin despedirse.
Pobre loco, pensé. Dejé a un lado El tesoro que nadie busca. Abrí mi cuaderno, y empecé a escribir un poema: El futuro y la esperanza.
Leí en el periódico las noticias del día anterior y sonreí pensando que al día siguiente iría a la playa con una mujer a quien había conocido la tarde previa y con la que, a lo mejor, podría construir un pedacito de ese futuro que el escritor quiso negarme.
Me sorprendí cuando la mujer a la que conocí la víspera —exactamente como la primera vez— se me acercó con cautela y, como si no me conociera, me preguntó si podía sentarse con migo mientras esperaba a alguien que, esta vez, tampoco llegó. Hablamos de una serie de cosas que yo ya sabía. Después de pensarlo un poco, me preguntó si querría acompañarla a la playa el día siguiente...
3 comentarios:
Me recordó un cuento de José Emilio Pacheco que viene publicado en el libro "El principio del placer" el cual nos no recuerdo con exactitud pero es igual de bueno...Jorge Hernández
Es muy bueno el mensaje, aunque me confundí un poco con el final pero creo que todo aterriza en el dicho "no hay nada escondido bajo el Sol"..... Arturo Molina
Es muy bueno el mensaje, aunque me confundí un poco con el final pero creo que todo aterriza en el dicho "no hay nada escondido bajo el Sol"..... Arturo Molina
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