martes, 6 de enero de 2009

Cuentos. La caja negra

Entré al vagón del metro y me encontré con la mirada de un hombre que me dio escalofrío. Era una mirada penetrante y dura, vacía.

En lugar de alejarme, como cualquier hombre sensato hubiera hecho, me senté en un lugar que me permitía verlo sin ser estorbado. Desde luego, yo también dirigía mi mirada hacia otras partes, hacia otros pasajeros o hacia la calle que ya se asomaba en ese tramo del trayecto a mi casa, pero el hombre no dejaba de observarme, era fácil sentir sus ojos.

Conforme fuimos avanzando, yo tuve la posibilidad de verlo un poco más. Vestía de negro, era delgado. El cabello lacio, ralo y desalineado le caía sobre la frente y los hombros. Tenía la piel pegada al rostro, como si no hubiera comido en días.

Sólo después de un momento advertí que el hombre estaba sentado sobre una caja. Era una caja negra, común y corriente. Justo cuando advirtió que yo estaba viendo la caja empezó a golpearla suavemente. Me seguía viendo pero no parecía querer decirme nada. En ese momento me di cuenta de que no parecía siquiera que me estuviera viendo a mí, pues su mirada era como si me traspasara, como si mis propios ojos no tuvieran sentido para él, ni mi presencia.

El vagón, poco a poco, empezó a vaciarse. De pronto me di cuenta de que ya sólo quedábamos seis o siete pasajeros. Pensé en moverme, en salir corriendo, pero no pude. Era como si me hubiera quedado estancado o suspendido en ese asiento. Empecé a sentir más frío y hubo un momento en el que me dio la impresión de no estar escuchando nada, ni el ruido de la calle ni el sonido del vagón ni las voces de mis compañeros de viaje.

El hombre seguía viéndome, o traspasándome con la mirada. Y yo seguía allí, congelado. Empecé a preguntarme qué llevaría la caja, qué sería lo que allí transportaba aquel extraño que parecía tener el poder para que yo no pudiera moverme.

Quise pensar en cualquier otra cosa, quise recordar lo que había hecho aquella mañana, lo que me había ocurrido en el trabajo, pero no había nada sino oscuridad. Ni un recuerdo ni una referencia de nada. Ni una conversación ni una imagen difusa. Nada. Sólo existía ese momento, solamente este instante que ahora parecía detenerse y alargarse.

De pronto me di cuenta de que hacía un rato largo que avanzábamos sin llegar a ninguna estación. Pero nadie parecía alterarse. Era como si mi tiempo se hubiera trastocado, como si mis referencias estuvieran rotas. Yo no sabía qué había ocurrido, pero entendí que desde que vi a aquel hombre, algo había cambiado.

Por fin entramos a una estación del metro. El tren empezó a frenar lentamente. Cuando se detuvo completamente, el hombre se puso de pie. Era muy alto. Yo quedé, una vez más, atrapado en sus ojos. Me señaló con su dedo índice y luego señaló la caja, como si dijera algo. Entonces salió del vagón y empezó a alejarse. Las puertas del metro se cerraron y yo me dirigí hacia la caja. Vi a mis compañeros de viaje pero a ninguno parecía importarle lo que a mí me ocurría o lo que hacía.

Quise empujar la caja con un pie pero no se movió. Me agaché, la observé de cerca y la abrí. Respiré un olor fétido, nauseabundo. En el interior estaba la cabeza del tipo al que yo había visto. Al principio cerré los ojos, pero rápidamente los abrí, pues me di cuenta de que yo no sentía el miedo que se apoderó de mí cuando vi al hombre la primera vez. Observé el interior de la caja y corroboré que la cabeza era la de él, pero el rostro no se veía tan delgado ni demacrado. Ni siquiera los ojos abiertos eran tan penetrantes como los del otro, los del que estaba vivo y se había ido hacía un momento. Incluso el cabello brillaba.

Me volví hacia los lados, como pidiendo la ayuda de mis compañeros de viaje, pero nadie parecía siquiera verme. Ya no me extrañó cuando la cabeza giró hacia mí y habló.

—Ahora te toca a ti —dijo y cerró los ojos y empezó a sufrir alteraciones en los pómulos, en la barbilla, en la frente...

De un impulso cerré la caja y me senté sobre ella, como queriendo evitar que alguien viera lo que había dentro o lo que estaba sucediendo. Fue un impulso que no sé explicar. Era como si sintiera que lo que estaba dentro me pertenecía y debía protegerlo.

Sentí todavía más frío y de pronto vi como mis manos se hacían cada vez más frágiles y delgadas. Yo seguía sentado y no iba a moverme de allí por ahora.

Al llegar a la siguiente estación entró al vagón una mujer que me observó y pareció congelarse. Se sentó casi frente a mí. Yo no dejé de verla ni un momento. Cuando me di cuenta de que se fijaba en la caja, le di tres golpes suaves y empecé a preguntarme cómo se vería mi rostro dentro de la caja, y cómo me vería yo ahora que estaba a punto de salir del vagón para entrar, muy despacio, a la nada.
(Fotografía Miguel Flores)

15 comentarios:

mariscal dijo...

Me encantará leer tus comentarios.
Saludos,

Espartaco

anayeli dijo...

dice una escritora -no recuerdo el nombre- q la primera historia q se escribe suele ser la q se tiene atravesada en la garganta y casi siempre suele ser la que resulta mejor, yo opino q usted tenia todas sus historias acomodadas una tras otra apretujandole la garganta porq si m preguntan cual de sus historias que conozco es mejor no sabria q responder.De verdad lo admiro mucho y Muchas gracias por tanto q nos regala, en verdad gracias profe.SALUDOS

mariscal dijo...

Gracias a ti, Anayeli. Ha sido un gusto leerte y sí, hay muchas cosas que tengo atravesadas en la garganta y que deben de salir...

Paco 155 dijo...

no profesor...la historia que hicimos fue un asco a comparacion de la original...se la rifa eh profe...
suerte!!
muy buena le historia

Brendta Treviño dijo...

Hola maestro !!!! .... sus historias estan muy interesantes, nada que ver con los zombies ni las pelucas mutantes que inventaron ayer haha en fin .. ninguna se iguala a las de usted pero hacemos nuestro esfuerzo
.... saludos profe bie bie

mariscal dijo...

Gracias por leer, Francisco. Y gracias por tus comentarios. Espero que sigas leyendo, que sigas comentando. Saludos

mariscal dijo...

Me gustaron los ejercicios, Brenda. Y esa era la intención: que cada uno hiciera su propio esfuerzo y encontrara un nuevo sentido a lo que a mí se me ocurrió. Gracias por leer y gracias por dejar tu comentario. Seguimos adelante. Saludos

Lesly Torres dijo...

Hola, profesor. Me encantó la historia, me imagina todo el escenario...y no se diga el final, en verdad inesperado y aterrador =S
Mis respetos y admiración para usted. =)

Daniel Carreño dijo...

Muy inquietante y misterioso. Me encantó la forma en la que realiza esta narración. Por un momento me imaginé en aquella escena, la cual me atrapo sin sentirlo. La próxima vez que aborde el metro, recordaré este relato tan perturbador.
¡Muchas felicidades profesor! Y muchas gracias por compartir sus cononcimientos.
Fue un gran honor haber sido su alumno.

Varinka letreando dijo...

¡Ah! que miedo me dio, ya no me quiero subir al metro.
No, la verdad es que está muy bueno. Desde que vi la foto, me dije: éste voy a leer. Además también el título está muy llamativo. A mí me llaman mucho la atención los cuentos de terror, suspenso y ñaca-ñaca. Considero que es difícil causar impacto con palabras cuando lo que se quieres es espantar o sugestionar, siempre creo es más fácil que la gente sonría con una historia bien contada, a que sientan algo más profundo como el miedo.
Gracias por todo profe. Y por darnos la oportunidad de leerlo. Bien padres que están sus cuentos.
Varinka

Espartaco dijo...

Gracias, Lesly. Eres muy amable con tus comentarios. Pero ni modo, tenmos que seguir usando el metro.

Espartaco dijo...

Gracias a ti, Daniel. El gusto siempre es mío.

Espartaco dijo...

Gracias a ti, Varinka. Por mi parte, espero seguirte leyendo.

aldo vargas dijo...

Buenas tardes profesor:

Su cuento me gustó mucho ya que es capaz de mostrarnos realidades innegables del ser humano, como lo es el miedo, emoción que convive con nosotros día a día en formas tan variadas.
Quizá lo mas importante del texto es que tenga la brillantes de hacernos participes del mismo, identificándonos con lo ocurrido o con algún personaje.
En lo personal su cuento me llevó mas allá de la historia tal y como la redactó y relacioné lo sucedido con la angustia o desesperación que puede llevar dentro de si misma cualquier persona. Quizá la preocupación de no poder solventar las principales necesidades de un hogar o el no tener una vida estable, en cualquiera de sus aspectos, sean motivos suficientes para transmutar los semblantes de las personas y hacerlas sentir solas o ignoradas; La caja negra podría ser en realidad nuestra cabeza funcionando como registro de las actividades o conversaciones, que en ciertos momentos parecen no ser claras.
Es posible que el miedo nos posea en esos momentos de soledad y le demos nuestro rostro dentro del proceso de intracomunicación.
El metro puede llegar a convertirse en una eternidad fugaz capaz de salvarnos o de dirigirnos a nuestra destrucción.

Sus cuentos, estampas de guerra y minificciones son de lo mejor; vi que es autor de un libro y me gustaría que nos brindara mas de sus textos.
Gracias por ser docente

Alex V. Senderovich dijo...

Muy interesante éste cuento profesor, es como un círculo vicioso o simplemente aquel hombre comprendió que ese era su último viaje. Como una interpretación de la muerte o algo por el estilo. Creo que es para reflexionar un momento, además es entretenido y curioso. ¡Saludos!